Por Agustín Alarcón.
¿Dónde está la carta?
Discutimos porque yo no encontraba la carta en la casa. Se la habían entregado a él, a las siete de la tarde. Dijo que la dejó en la mesa, para que yo la tome cuando despierte de la siesta. Sin embargo, no estaba, ni en los cajones más sucios. Él, siempre lee mis cartas; apenas se las entregan, rompe el sobre sin ninguna probidad. "Ésta habrá sido algo especial", pensé. No podía aceptar que sencillamente había desaparecido de arriba de la mesa.
La noche ya había arribado junto con el frío. Cada uno estaba en su habitación; desde la mía, oía cómo él pasaba las páginas del diario, cuyo deslizar, resultaba un tajo al silencioso pernoctar de los grillos. Yo, sentado en la cama, miraba hacia su habitación con el celular en la mano (que parecía un cuchillo), junto con los libros y el polvo que me acompaña desde años en el velador, a pesar de contar con servicio doméstico. ¿Qué hacer ante su lánguido interés por ayudarme a encontrar la carta? Cuando me ignoran me vuelvo más fuerte, me curto como el cuero y, entonces avanzo, hasta el final.
Miré el reloj y esperé que le haga efecto la pastilla. Sé que tiene un sueño profundo; cuando se duerme no lo despierta nadie.
Una vez que oí sus ronquidos, me acerqué con puntitas de pie, hacía la puerta. Apoyé la mano en el picaporte y, de pronto, el humo de tabaco que acoge en sus pulmones me detuvo; su propia toz lo despertó. Volví a mi cama, sabía que se iba a levantar a tomar agua, tal vez, al baño. Me saqué las medias, tomé el alicate y comencé a cortarme las uñas, cuando él abrió la puerta.
-Todavía estás despierto
-Si, ¿no te das cuenta? ¡Qué preguntas boludas que hacés!
Cuando tomé las sábanas para hundirme en la cama, sentí que había algo; era la carta. No te voy a contar qué decía, tampoco es para que sepas tanto. Bueno, chau.
